Publicada: 02-04-2021
Categoria: Cultura
Es Viernes Santo. Cristo ha perdido la vida. Su aguante sobrehumano no pudo expandirse en un cuerpo finito y acabó pereciendo en la Cruz para la redención del pecado del mundo. Una pletórica muerte se ríe satisfecha al ver al desenclavado en la tumba cedida por José de Arimatea. Pero la alegría le durará poco. Al tercer día, como está escrito, detendrá su festiva danza macabra y, cual pensador de Rodin, sentará su huesuda pelvis sobre la roca de la comprensión para argüir la realidad: es la vida la que le ha vencido. La muerte está condenada a satisfacer su vil y abyecto apetito carcomiendo los despojos de la carne y de su putrefacción. Pero no del alma, pues el paradigma de nuestra fe tiene un sentido platónico, dualista: nuestro cuerpo es finito; nuestra esencia, permanente. Cristo yace, mas nos aferramos a la promesa de su posterior Resurrección, aunque el momento de hoy se nos antoje de hondo pesar.
Es Viernes Santo y procesiona la Hermandad del Santo Entierro de Bollullos desde la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol, circunclave de la Semana Santa del municipio; la misma sede que vio nacer sus primeras reglas en 1627 y su fundación allá por el siglo XVI. Saca la cofradía dos de los tres pasos que la componen en una noche teñida de burdeos, de un rojo coagulado, del matiz oscuro de un vino francés.
En el primero de ellos, la famosa "Urna" de estilo neobarroco labrada y tallada por el ilustre bollullero Manuel Cano Lagares, reposa el Stmo. Cristo de la Buena Muerte en disposición decúbito supina - con la espalda hacia abajo y el anverso hacia arriba-, obra del imaginero granadino Rafael Barbero Medina en 1949. Un Cristo hierático, inmóvil y con estragos post mortem de la crucifixión, como denotan los músculos disfuncionales en los brazos extendidos y las piernas flexionadas, la policromía verdosa y grisácea de su cuerpo abatido y la tez hipocrática y absorbida por el ahogamiento en la Cruz. Destaca del conjunto la sábana de tul que cubre el cuerpo del Señor, bordada en oro fino en 1901 por las camaristas del momento de la hermandad.
En el paso de palio, por su parte, llora la bellísima Virgen: Soledad de María Stma. en sus Dolores. Imagen andaluza, guapa, de estilo regionalista, tallada por el prolífico imaginero sevillano Antonio Castillo Lastrucci en 1943. La Madre fue concebida por el padre artístico; el Señor, por el hijo gremial aventajado. Todo queda en familia. Sobresalen en el palio las bambalinas negras bordadas por el hermano Pascual Acosta, el puñal de plata de ley sobredorada de Manuel Seco Velasco y una de las piezas claves de nuestra Semana Mayor: el precioso manto bordado en oro sobre terciopelo negro atribuido al sevillano Juan Manuel Rodríguez Ojeda en 1927.
Es Viernes Santo. El negro se combina con la sangre. La herida adquiere el matiz lúgubre de la oscuridad. Todo parece acabado, cumplido. La pretérita Esperanza ha dado paso a una sensación que nos recuerda nuestra amarga experiencia contemporánea. Nos recuerda el sufrimiento y los Dolores de los que padecen en su piel esta horrible epidemia, cuya Soledad infinita les aleja de sus familiares en camas agónicas de hospitales colapsados. Nos recuerda el tormento inenarrable de aquellos que pierden a un ser querido. Nos recuerda la amarga presencia de la muerte por doquier.
Dolores de incomprensión, de desgarro, de incredulidad. Dolores directos ante lo que sucede, desde la inmediatez de lo incomprendido. Dolores por el que yace de forma prematura, aun sabiendo desde siempre que ha de ser ése el destino de la materia. Dolores por dos años sin poder volcar en Cristo Yacente las peticiones de la oratoria devota. Dolores, al fin y al cabo, porque, aunque sea la muerte de Cristo una Buena Muerte por lo que ha de suceder, hoy no parece haber consuelo. Hoy es Viernes Santo, y es momento de reflexión.