Publicada: 28-03-2021
Categoria: Cultura
Es la tarde temprana de un domingo infrecuente de entre los otros cincuenta que parecen agotarse a su llegada. Un domingo de tránsito, de preparación. En el aire hay un halo de alegría. Todo está dispuesto para que comience la semana ineludible para aquellos que durante todo un año dan forma a sus sueños bajo el techo de sus lugares sagrados. Sí, hay un ambiente especial: las gentes andan nerviosas y amanece el pueblo engalanado. En la plazoleta de la coqueta pero señera capilla del IESUS HOMINUM SALVATUR, donde otrora expiaban sus pecados los “Humilladeros” a golpe de flagelo, brota del portón ferroso una mezcolanza de exquisito olor a incienso y a claveles rosáceos, lisonjeros en plenitud. Bollullos está preparado, la Semana Santa va a comenzar.
El Domingo de Ramos, la Hermandad conocida en nuestro acervo como “La Madrugá” da el pistoletazo de salida con el primero de sus tres pasos en la calle. Se trata del misterio de “La Borriquita”, el conjunto preferido por los más pequeños. Compone el grupo escultórico un total de cuatro figuras exentas: una mujer con su hijo y una larga palma blanca en su mano derecha, una niña hebrea que cubre el suelo con una manta para recibir al Mesías, y un niño con un canasto de frutas felizmente sorprendido al ver su llegada. Por último, Jesús, el hijo de Dios, a lomos de un pollino, quien entra Triunfal en Jerusalén bendiciendo al mundo con su diestra y sujetando con su siniestra una hoja de palma dorada que apoya delicadamente en su pecho. Se trata de un conjunto de estilo romántico-afrancesado realizado por el escultor José Espuig, de los Talleres de Olot, en 1951. Imágenes que, si bien desde un punto de vista técnico son seriadas, contienen cierta unicidad por las riquísimas policromías que las decoran, reflejadas en los estofados de sus ropajes. El paso neobarroco y de curvas armoniosas, tallado por el insigne bollullero José Calvo Cadaval y por Manuel Martín Díaz a finales de los ochenta, encandila desde hace varios años por su dorado. Y en las cuatro esquinas de su canasto, unos arcángeles de Francisco Berlanga de Ávila, alumno aventajado del carmonense Buiza, exponen filacterias latinas: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! El paso está esplendoroso, el día lo requiere.
Es Domingo Ramos, día de los niños, y todo lo indica. Las túnicas en los nazarenos de blanco puro como símbolo de la inocencia y la pulcritud. El rojo de la Cruz de Santiago de los antifaces que contrasta; rojo de Realeza, rojo de Majestad. El rosa nacarado del exorno floral, cual croma de la piel de la edad temprana. El bullicio de los infantes en cada tramo demuestra que no existe aún patetismo de sangre, sino júbilo de preámbulo. Las sonrisas de los adolescentes que visten de estreno - un día en que no se puede ir hecho un guiñapo-. El celeste de un cielo de Sol vibrante; un Sol que es más Sol que nunca. Los papás y sus pequeños en los carritos. Los acólitos de dientes de leche que juegan con las navetas y el incienso. La blancura de un casco histórico que parece recién encalado. Y dirigiendo aquella orquesta gozosa el “Manolito Jesús”, comandante y capataz supremo: el niño de cuatro siglos eternamente joven.
Es Domingo de Ramos, y aunque en la calle no podamos percibirlo este año, el recuerdo nos delata y la fe alumbra de verde esperanza el futuro venidero. Es Domingo de Ramos, y por eso, a pesar de todo, hoy somos más niños que nunca.